– ¡Se va a llevar su rica golosina, para chicos y grandes, gomitas agridulces una bolsita le vale $3 o bien llévese 2 por $5! –. Grita un señor haciéndome despertar de mi tercer sueño, cuando apenas voy en la estación del metro Hidalgo.
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– ♫ Deja que salga la Luna, deja que se meta el sol…♫ – comienza a entonar el hombre.
Dicha melodía, me recuerda a mi padre escuchándola en un atardecer y comienzo a pensar si aquel señor tendrá hijos y si estos dejarían que el laborará en el metro. Tonta, me digo a mi misma. Seguramente no tendrá a nadie y por eso hace esta actividad, para llevarse un poco de pan a la boca.
El señor baja en Allende, con un poco más de monedas en el vaso, con el que paso a recogerlas. Y espero ansiosa, para ver que otro personaje se sube al metro. Pasamos Allende y nadie sube. Me dispongo a retomar mi sueño, y el metro se tambalea, con una gran lentitud llegamos a la estación Zócalo. Sube un mar de gente, de entre ellos, una mujer con miles de trapos encima, y también con una especie de turbante en la cabeza.
– Disculpen las molestias que vengo causando… – la mujer en un tono desgarrador, da su letanía – …Estoy enferma desde hace mucho tiempo: TENGO SIDA… – grita haciendo que muchos suelten una carcajada y otros más se la crean – Y le pregunto a Dios: – continua – ¿Por qué a mi? ¿Por qué SIDA, a la que ha sido una buena hija? – se hinca y comienza a cantar algunas alabanzas – Pasaré hasta sus lugares si alguien quiere ayudarme –…
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El hartazgo de la ciudad y sus problemáticas me han alcanzado, respiro entrecortadamente, y entiendo que es parte de ser una de tantas personas afectadas por la crisis económica en México; pero, me pregunto: ¿Algún día tendría el valor o la cobardía de servirme directamente de los demás?