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26 de agosto de 2010

Escritura Automatica [Continuación]




Durante las tres primeras décadas del siglo XX, la escritura automática se utilizó como herramienta para el diagnóstico y el tratamiento de las enfermedades mentales. La doctora Anita Mühl fue una pionera de este método para alentar a los pacientes a expresar espontáneamente sus conflictos ocultos.

El principiante en materia de escritura automática tiene que ser muy paciente, ya que pueden pasar horas antes de que la pluma empiece a moverse, aparentemente, por su cuenta. Algunas personas nunca lo consiguen, y sólo obtienen garabatos sin sentido o letras amontonadas. Pero otros reciben mensajes coherentes, inteligentes y -aparentemente- llenos de sentido; incluso algunas veces transcriben sus comunicaciones en una letra muy diferente de la suya propia.

Un ex clérigo, William Stainton Moses, fue un médium de la última mitad del siglo XIX que se «especializó» en escritura automática, aunque sólo lograba producirla cuando estaba en un trance autoinducido. Desde 1872 hasta 1883 llenó 24 cuadernos con escrituras inspiradas por sus trances, mezcladas con «escrituras de espíritus», a veces firmadas. (Se supone que Mendelssohn firmó una de las páginas.)

Un gran investigador psíquico norteamericano de los tiempos modernos, el doctor J. B. Rhine, se inclinaba a descartar la escritura automática, a la que consideraba un «automatismo motor» espontáneo o, como ya habíamos dicho, la expresión de conflictos, obsesiones o represiones subconscientes. Probablemente él y otros colegas que coinciden con sus ideas tienen razón en su juicio acerca de la mayor parte de la escritura automática. Pero el doctor Rhine admitía que algunos casos, como el de Patience Worth, por ejemplo, no se explican con tanta facilidad.



Un caso muy interesante de escritura automática ocurrió en 1947, por intermedio de la médium Hester Dowden, que era famosa desde hacía mucho por las escrituras automáticas que producía, hasta con los ojos vendados. Percy Allen, un escritor, participó de la sesión en la que mantuvo «conversaciones» por escrito con supuestos dramaturgos isabelinos. Como resultado de esa sesión, el señor Allen creyó haber encontrado la respuesta a la pregunta que ha preocupado a generaciones de críticos e historiadores: «¿Quién era Shakespeare?» ¿Sería, en realidad, Francis Bacon? ¿O Edward de Vere, conde de Oxford?.

La señora Dowden afirmaba haber recibido información escrita acerca de este tema procedente de esos tres caballeros, y de otras personas de aquella época vinculadas al teatro. Los comunicantes de la señora Dowden explicaron que las obras de «Shakespeare» habían sido fruto de un trabajo en equipo. Shakespeare y Edward de Vere, 17° conde de Oxford, eran los principales colaboradores, mientras Beaumont y Fletcher, autores teatrales de segunda fila, proporcionaban ocasionalmente material adicional. Bacon actuaba como una especie de severo corrector de estilo.

Cada uno se dedicaba a lo que le salía mejor: Shakespeare creaba muchos de los personajes más fuertes, tanto cómicos como trágicos (por ejemplo Yago y Falstaff), y demostraba un talento especial para la construcción dramática. Lord Oxford, en cambio, creaba el «Shakespeare almibarado», es decir, los pasajes románticos y líricos. Del mismo modo, la señora Dowden se enteró de que había sido lord Oxford quien había escrito la mayor parte de los sonetos. También le «dictó» tres sonetos nuevos a ella.

Bacon subrayó una y otra vez a la señora Dowden que el conjunto literario que el mundo conoce como la obra de Shakespeare fue una creación colectiva. El mismo Shakespeare dijo, según afirma la señora Dowden:
«Yo sabía perfectamente qué iba a ser eficaz en el escenario. Encontraba un argumento (Hamlet fue uno de ellos), consultaba con Oxford y formaba la estructura del edificio, que él decoraba y poblaba tal como convenía al tema... Yo era el esqueleto del cuerpo que escribía las piezas. La carne y la sangre no eran mías, pero siempre intervenía en la construcción.»

Dickens decía que muchos de los personajes que poblaban sus numerosas novelas no eran fruto de una creatividad consciente: simplemente aparecían ante él mientras dormitaba, como si tuvieran vida propia.



Por supuesto, la literatura automática puede ser la dramatización de una creatividad profunda o reprimida que encuentra expresión por medios que apenas entendemos. Después de todo, muchos escritores y artistas han «escuchado a sus musas» a lo largo de los siglos. Con frecuencia, tramas, escenas o personajes minuciosamente observados han «llegado» a escritores, dramaturgos y poetas. A menudo, cuando Charles Dickens dormitaba en su sillón, una serie de personajes aparecía ante él «como si suplicaran que los escribiera». Samuel Taylor Coleridge soñó la totalidad de su poema Kubla Khan y lo hubiese escrito entero para la posteridad si no se hubiese presentado una visita, haciéndole olvidar la mayor parte para siempre. Mary Shelley soñó su Frankenstein, Robert Louis Stevenson confiaba en sus sueños para inventar cuentos, incluyendo a los alegóricos doctor Jekyll y mister Hyde. Pero cuando un escritor como Charles Dickens decía que un cuento «se escribía solo» , sólo podemos suponer que no quería decir que su pluma se desplazaba sobré el papel, escribiendo por su cuenta Oliver Twist. En la práctica, la inspiración posee unos mecanismos muy diferentes de los que caracterizan la escritura automática.

A mitad de camino entre las dos, quizás, está el extraño caso de Patrick Branwell Bronté. Fue un personaje desgraciado y antipático, famoso sobre todo por su incapacidad para controlar el alcohol y el láudano, y para compartir una casa aislada en los páramos con sus célebres y excéntricas hermanas Charlotte, Emily y Anne.

Tenía pretensiones literarias, que nunca se concretaron. Sin embargo, durante uno de los períodos en que trabajó, como administrativo del ferrocarril, descubrió que podía hacer las cuentas semanales con una mano mientras la otra, de forma independiente, empezaba a trazar garabatos. Primero apareció el nombre de su adorada hermana muerta, María; después, otros fragmentos de prosa y de poesía. Más tarde afirmó haber escrito otra versión de "Cumbres Borrascosas", por pura coincidencia, mientras su hermana Emily escribía un libro con el mismo nombre.

Sin embargo, ésta fue la segunda versión del incidente. Previamente, había robado el primer capítulo del libro de Emily y lo había leído a sus amigos como si fuera suyo. Cuando vio que no le creían, inventó lo de la «otra versión».

Uff, todo un asunto que te deja con ganas de mas, ¿no lo creen? Bueno, espero les haya gustado esta entrada y una vez más les agradezco a los amigos de Mundo Paranormal.

¡Hasta la Proxima!

1 comentario:

Mary dijo...

Que loco tu post, alucinante ebby hace mucho no te leia, te extrañe eres una chica maravillosa sigue adelante te admiro.

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